Necrológicas 

Javier Manterola, in memoriam

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Javier Manterola, in memoriam

Antonio Papell 
13/05/2024


Este sábado 11 de mayo falleció en Madrid, a los 87 años, el ingeniero de Caminos Javier Manterola, toda una institución no solo para sus compañeros de profesión y todo el mundo colindante de la arquitectura, con el que colaboró estrechamente, sino para toda la ciudadanía, que, pese al proverbial anonimato que rodea a las obras públicas, ha llegado a aprender la autoría de bastantes de los últimos grandes puentes y edificios singulares construidos en los últimos años. El más espectacular de tales puentes fue el de la Bahía de Cádiz —llamado realmente el Puente de la Constitución de 1812, familiarmente el “puente de la Pepa”—, un monumento a la tecnología conjugada con una estética rompedora y brillante. Sin olvidar el Puente Ingeniero Carlos Fernández Casado en León, que batió varios récords mundiales. Más de doscientos proyectos de obras singulares llevan su firma.

Manterola, catedrático de su especialidad en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de Madrid durante más de treinta años, heredó la cátedra de otro gran prohombre de la ingeniería estructural, Carlos Fernández Casado, con quien fundó una empresa que, además de proyectar obras de gran porte, colaboró con los más prestigiosos arquitectos de este país, facilitando las soluciones estructurales adecuadas a la audacia de los diseñadores. Rafael Moneo, Javier Sáenz de Oíza y Fernando Redón fueron algunos de arquitectos que buscaron la sabiduría de los grandes ingenieros.

Manterola fue, antes que especialista, un hombre culto, un polígrafo, que supo enmarcar con facilidad su obra constructiva en su época y que participó activamente en la evolución estética de la ingeniería civil. Como escribió el también ingeniero de Caminos Miguel Aguiló en un artículo publicado en Ingeniería y Territorio, estuvo “más allá de la funcionalidad y la belleza”. En aquel trabajo, el colega de Manterola indaga dónde reside la magia que otorga a las obras de este proyectista un plus a los requisitos de funcionalidad y belleza, que se vuelven vulgares cuando alguien los trasciende para avanzar un paso decisivo, casi mágico.

La calidad personal y profesional de Manterola le fue reconocida en vida, y entre una veintena larga de premios son dignos de mención el Premio Príncipe de Viana de la Cultura, el Premio Nacional de Ingeniería del Ministerio de Fomento o el V Premio José Entrecanales Ibarra de Ingeniería Civil. Miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando desde 2006, su influencia y sus enseñanzas fueron intensas y expansivas. Manterola fue también un prolífico académico y escritor, y llegó a publicar numerosos ensayos y libros que reflexionan sobre el arte y la ciencia de la ingeniería civil. Entre otros títulos, destacan El puente de hierro (2004), La felicidad de las pequeñas cosas (2011), Hoy no me cambio por nadie (2014), El oficio de ingeniero (2016), Consideraciones sobre estética, arquitectura e ingeniería (2024).

El pasado 23 de abril, el colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos realizó un solemne acto de entrega a Javier Manterola del título de Colegiado de Honor, la máxima distinción que otorga la institución colegial, cuyo plenario concedió el galardón en marzo. El anciano catedrático, muy mermado en sus facultades, asistió emocionado a aquella entrega, que en realidad fue un sentido homenaje que los presentes intuyeron como postrero. Manterola llevaba escritas unas cuartillas, que leyó su hijo y que trazaban su biografía con emocionante sencillez.

Unos párrafos de aquella pieza testamentaria ayudarán sin duda a comprender la sencillez del personaje: “Para hacer buenos puentes —dejó escrito— hay que arriesgar, hay que atreverse. Cuando te enfrentas por primera vez con luces superiores a 400m, como en Barrios de Luna, cuando lo máximo que has hecho han sido 100 o 120m, te entra el canguelo. Pero te pones y llegas. Pasas mucho miedo, duermes muy mal durante mucho tiempo, pero al final llegas y luego el paso siguiente es más fácil”.

Y prosiguió: “Desde el principio quise ser profesor y enseñar; y tuve la ocasión de presentarme a la Cátedra de Caminos que dejaba Don Carlos [Fernández Casado]. Para la oposición tuve que estudiar mucho. Recuerdo que el verano anterior me pasé todo el mes de vacaciones en Oleiros en cuarto estudiando todo el día, y en Madrid, todas las noches, al llegar del trabajo, me sentaba a estudiar hasta media noche. Para ello puse una mesa en el salón. Como me gustan las mesas grandes y no encontraba ninguna, pedí que me pusiesen una puerta con dos borriquetas y allí estudié toda la oposición”.

“Me gustaba enseñar. Había alumnos buenísimos, inteligentísimos, bien formados y te hacían unas preguntas muy maliciosas, me buscaban las vueltas y así debía ser. Yo aprendí mucho de ellos. Porque tienes que tener muy claros los conceptos para poder explicarlos bien y eso te hace penetrar mucho en el asunto que estás enseñando”.

Manterola, discípulo de Fernández Casado y compañero inseparable de Leonardo Fernández Troyano, hijo de aquel, ha dejado escuela. Sus largos años de docencia acumularon un magnífico legado profesional y un ejemplo de plenitud del que se aprovechan las actuales generaciones de ingenieros y que trascenderá sin duda a las promociones siguientes. Su bonhomía y personal y su visión omnicomprensiva y compleja de su profesión enriquecen el bagaje que hemos recibido de él quienes hemos tenido la suerte de ser sus amigos, sus compañeros, sus discípulos o, sencillamente, los destinatarios de un gran servicio público que Manterola ha prestado con su esfuerzo, con su dedicación incansable y con su admirable brillantez.


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